«Vos no jugas, vos tampoco y vos tampoco».

VENI VOS Y VOS.

Por Esteban Jofre.

El dueño de la pelota Aparece en el potrero, bien peinado, vestido mejor que los demás, y su presentación la hace con gesto autoritario y con la pelota debajo del brazo. De inmediato, todos los chicos codiciosos de fútbol lo rodean.
El dueño de la pelota mide la escena de una mirada fría y altanera, y comienza la selección: «Vos no jugas; vos tampoco y vos tampoco». Los señalados evidencian, en el brillo de sus ojos, la indignación que les produce esa exclusión, y se colocan al margen del grupo, del que finalmente se alejan con la cabeza baja. Algunos quisieran agarrar al dueño de la pelota y darle un escarmiento, pero los detiene la lejana esperanza de un perdón, que implica como recompensa el poder jugar. Además, los otros lo defenderían, no porque en conciencia deseen hacerlo, sino porque la defensa va dirigida hacia las probabilidades de jugar al fútbol, y, el deseo que inspira esa posibilidad es más fuerte que el sentimiento de solidaridad con los dejados a un lado.
El dueño de la pelota selecciona los jugadores y arma los equipos. Trata de rodearse de los buenos, a fin de no perder el juego. Elige para sí el puesto de foward central, no porque sea el mejor para ello, sino porque nadie le discute. Busca que los adversarios no puedan ganar de ninguna manera, pues él mismo decide los fallos, ya que en el potrero, por tradición, no hay referee, y menos lo habría estando el dueño de la pelota, que se convierte en la autoridad máxima.
Nadie podrá lastimarlo; nadie intentará detenerlo bruscamente en una de sus corridas. Por suerte para los demás, el dueño de la pelota, la pierde solo en sus pobres acciones, lo que, da margen a que actúen los demás. Pero cuando alguna de sus alas compuesta por esos jugadores se posesiona del globo y comienza a hacer apiladas, el reclama el pase con gesto autoritario. Entusiasmados con el juego, los compañeros hacen oídos sordos al petitorio. Es entonces cuando el propietario del único capital existente en el potrero detiene el juego, y recogiendo la pelota, que vuelve a poner bajo un brazo, señala con el otro: «Vos no jugás más, ni vos tampoco». Y mira hacia los que antes había desdeñado. «Vení vos, y vos, pero me la tienen que pasar». Reiniciado el juego, si alguno llega a patear fuerte, a pisar la pelota o a cometer cualquier clase de acción que el juzgue atentatoria para sus propios intereses, volverá a ocurrir la interrupción, y otra vez el brazo señalará las expulsiones.
Siempre así. El dueño de la pelota quiere jugar solo y necesita de compañeros, porque el fútbol es deporte colectivo. Pero esa necesidad se la cobra con sus imposiciones, en las que rebaja el concepto de quienes, por amor al fútbol, deben someterse incondicionalmente a la prepotencia que sienta su base en la propiedad de una pelota. Pero todo eso tiene su límite. Dura la tiranía hasta que surja otro dueño, hasta que los pobres logren comprar una pelota entre todos; hasta que cualquier circunstancia determine el cese de las imposiciones del tirano del potrero.
¡Qué satisfacción un tanto mezquina la de comprobar que su imperio duró hasta la aparición de otra pelota, que se entregó de lleno, sin vacilaciones…

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